jueves, 6 de junio de 2013

Día 5 - El día de la marmota

Hoy hemos decidido levantarnos pronto para dar una vuelta alrededor del lago Bow, donde nos quedamos a dormir, antes de salir hacia Jasper, donde descansaremos esta noche. En esta ocasión ha sido cierto el dicho de que a quien madruga Dios le ayuda, y ha amanecido un día soleado precioso que nos ha permitido ver el cielo azul por primera vez. Así que hemos saltado de la cama, nos hemos duchado y hemos desayunado, y después de darnos cremita hemos cogido un camino que bordeando el lago lleva hasta las cascadas del glaciar Bow. Sabíamos que no nos iba a dar tiempo a llegar hasta las cascadas, pero es que al ritmo que íbamos, parando cada dos pasos a sacar fotos, la cosa se complicaba mucho.








Ya os podéis imaginar que hemos disfrutado muchísimo del paseo, con las vistas de las montañas reflejándose en el lago medio helado no nos cansábamos de parar a disfrutar de la tranquilidad y admirar la belleza del paisaje. Poquito a poquito hemos ido avanzando, hasta llegar a una garganta del río que alimenta el lago Bow.


En este punto se ha acabado el paseo tranquilo y ha habido que subir una pendiente bastante empinada. Desde arriba se veía a lo lejos la cascada del glaciar, a la izquierda el río que fluía hacia el lago y en frente el glaciar. Una vista espectacular.


En este punto hemos decidido dar la vuelta, porque se nos hacía un poco tarde, así que nos hemos aguantado las ganas de acercarnos hasta la cascada y emprendido camino de vuelta hacia el hotel. Cuando estábamos de regreso, hemos visto algo moverse en el camino. ¿Qué es lo que hay ahí? Hemos comenzado a hacer fotos desde lejos, sin tener muy claro lo que veíamos, y con miedo a acercarnos por si lo espantábamos.

Al cabo de un rato hemos decidido ir acercándonos despacito para ver si conseguíamos una vista mejor sin llegar a asustarle.
No había peligro, resulta que el bicho no padecía de timidez, y hemos llegado a estar a medio metro de él. Después de algunas deliberaciones hemos decidido que era una marmota, y desde ese momento el día a pasado a ser el día de la marmota.


Después de este encuentro hemos llegado al coche sin más contratiempos, y hemos partido en dirección a Jasper por la Icefields parkway (la carretera de los campos de hielo), con Bea al volante y yo al cargo de las cámaras por si veíamos algún bicho más.

La carretera es espectacular, así que Bea sigue conduciendo en modo dominguero, pero es que merece la pena disfrutar del paisaje que vamos atravesando. Cada curva de la carretera te muestra un paisaje de postal, y no podemos estar parando cada metro a hacer fotografías, así que viajamos en silencio, tratando de absorber todo lo que vemos sin perdernos un detalle.
Nuestra primera parada es en el lago Peyto (que se lee Peetoe, no me pregunte usted por qué), que es el más azul de Canadá. La vista es espectacular, y nos quedamos un rato disfrutando de la vista.


El camino de vuelta al coche está un poco cubierto de nieve, pero así lo disfrutamos más.

Ya estamos de nuevo en carretera, ¡Y qué carretera!

En un momento paramos en el arcén para contemplar y fotografiar unas ovejas de cuernos grandes que están tomando el sol tranquilamente en una prado al lado de la carretera. Parece que las tías estén posando.



Continuamos el camino y llega el momento en que tenemos que parar a repostar. Nos detenemos en una gasolinera en medio de ninguna parte, rodeados de picos, donde nos sablean de mala manera. El litro de gasolina a 1.89$, cuando hemos visto cerca de las ciudades lugares donde lo venden a 1.32$. Pero claro, la siguiente gasolinera está a 150 km, y no es plan de ponerse a discutir. Como estamos en modo "esto es una pasada y mola un montón", no dejamos que esto nos amargue el día, y llegamos al Icefield Center, donde comemos a todo correr para llegar a coger un autobús que nos va a llevar al glaciar Athabasca y que sale a las 3. Lamentablemente, en el bus hay 2 personas que no caben (¿a que no imagináis quienes?) y tenemos que esperar 10 minutos a coger el siguiente. ¡Con lo deprisa que hemos comido, nos lo podíamos haber tomado con más tranquilidad!. En cualquier caso tomamos el autobús, que nos lleva a pocos metros del glaciar, dónde hacemos transbordo a un vehículo que llaman ice explorer. Un autobús muy alto con 6 ruedas motrices una maravillosa transmisión según nos cuenta Masami, nuestro conductor. El cacharro ese desciende una cuesta del 20% de pendiente y nos baja hasta el glaciar para posteriormente subir por él hasta una explanada donde nos dejan bajar (sin hacerse responsables) para pisar el hielo y hacer una fotos. Eso sí nos piden que no salgamos de la parte marcada, porque puede ser peligroso, si das con una sima cubierta por el hielo te puedes colar por ella y quedarte allí convertido en un polo de Bea o de David.




Después de realizar algunas fotos, regresamos al Icefield Center, donde Bea se hizo una foto con una par de amigos.

Y ya estamos de nuevo en la carretera, nuestro siguiente destino son las cascadas Sunwapta. Allí había varias zonas de cascadas, pero solo vimos las que quedaban más cerca, porque se nos hacía un poco tarde, y todavía teníamos que parar en las cascadas Athabasca.

Por el camino nos encontramos un amiguito al lado de la carretera, hablaba poco pero tenía cara de majo.


Las cascadas Athabasca eran chulas, pero han construido unos puentes de hormigón para cruzar el cañón y poder verlas tranquilamente, que la verdad no pegan nada. En Canadá hemos encontrado varios casos como este, en el que para proteger la zona, que la gente no pise por cualquier parte y dañe el lugar, pues ya se cargan ellos una parte controlada, haciendo caminos, puentes (como en este caso), poniendo vayas o lo que sea, de forma que la gente se mueva por esas zonas y fuera de ellas las especies del lugar tengan menos contacto con los turistas y se recuperen. No sé que tal les funcionará, pero a veces ofrece imágenes chocantes.

Lo bueno, es que en casi todos los lugares puedes encontrar sendas fuera de las principales atracciones, donde perderte y sentirte realmente en medio de la naturaleza, lejos de las atracciones turísticas.

Finalmente para llegar a nuestra cabaña en un hotel de Jasper, tomamos una desviación (la carretera  93A), que es un poco más larga, pero más bonita que el camino principal (la 93 a secas). La verdad es que la carretera era bonita, pero ya teníamos ganas de llegar, y tampoco salió a saludarnos ningún animal salvaje, por lo que nos quedamos un poco con la sensación de que podíamos haber ido por el camino más corto.
Una vez en Jasper, acudimos a comprar algo de comida para mañana al supermercado, y buscamos un lugar para cenar. En la guía recomendaban como barato y rico el Jasper Pizza Place. Comimos una pizza en lo que ellos llaman el patio, que yo lo llamaría terraza, pero que era muy agradable, en lo alto del edificio, viendo las montañas alrededor. Mientras esperábamos Bea se entretuvo contando los vagones que arrastraba una máquina que pasaba por unas vías delante de la terraza. ¿Alguno se atreve a intentar adivinar cuántos vagones de mercancías llevaba? Cada uno de unos 10m de largo así a ojo. Pues ¡193!, o eso dice Bea, que yo no sé contar hasta un número tan alto. Además la pizza estaba buena, y no resultó caro para los estándares canadienses, así que acabamos bien el día. De allí, al hotel a dormir, aunque antes tocaba escribir y mandar nuestras aventuras por internet para quien quisiese leerlas.

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