martes, 11 de junio de 2013

Día 10

Hoy amanecemos en Vancouver, y hay muchas cosas que hacer, aunque no hemos madrugado demasiado, porque ayer llegamos tarde al hotel y además había que escribir el resumen de la jornada, así que nos acostamos después de las 12. Aún así hemos espabilado un poquito, y a eso de las 9 de la mañana estábamos saliendo del hotel camino de Canada Place. Allí planeamos coger un autobús gratuito que nos llevará a Grouse Mountain. Pero antes hay que llegar hasta allí, y de camino pasamos por algunos lugares que vimos ayer de noche. Así que vemos de día el puerto y las casitas flotantes. 

También vimos una curiosa casa que vista desde la izquierda parecía estar inclinada hacia la derecha, vista desde el centro parecía recta, y vista desde la derecha parecía inclinada hacia la izquierda. 



Además los hidroaviones están amerizando y despegando, y nos quedamos un rato allí para verlos. A todo esto hoy tocaba día de lluvia, y para no faltar a la costumbre, todo este paseo lo hemos hecho lloviendo.


Después de un amerizaje y dos despegues, vamos a desayunar a un Tim Horton’s, porque tengo ganas de volver a comer los donuts con jarabe de arce. Esta vez me pido dos, que la última vez uno me supo a poco. En realidad sólo les queda un donut, pero a cambio obtengo un Canadian maple, que es básicamente lo mismo, pero sin agujero y con crema dentro… si lo llego a saber antes pido dos de esos, je, je. Además aprovechamos el desayuno para gorronear un poco de wifi con nuestros móviles, y ponernos al día de los whatsapps familiares.
Al salir de allí nos dirigimos al lugar para coger la lanzadera, pero después de informarnos nos enteramos que hay que esperar hasta las 11, una media hora. Así que nos dirigimos a lo que llaman el Canadian Trail, que a mí me parece un vestigio de las Olimpiadas de 2010. Se trata de un paseo con varios paneles informativos comentando lo que mola Canadá y ser canadiense. De paso vemos los dos grandes cruceros que han atracado allí mismo, y a un marinero de escaqueo escondido entre los botes salvavidas.


A las 11 cogemos el autobús, y en poco menos de 30 minutos nos plantamos en la base de la montaña, donde después de un poco de suspense conseguimos los tickets para subir a la montaña. 7 minutos de teleférico y llegamos a la montaña un poco despistados, porque los mapas del lugar no son demasiado claros. Aún así echamos a andar y llegamos a la zona de los osos grizzlis. Son un par de osos en peligro, que tienen una zona acotada para vivir. No es tan emocionante como ver el oso libre y salvaje que nos cruzamos cuando veníamos a Vancouver, pero siguen siendo preciosos. A todo esto, cuando hemos llegado a la montaña había bastante niebla, pero poco a poco ha ido despejando, y ahora tenemos un poco de sol.



Dejamos un rato a los osos para ir a ver el show de los leñadores. Se trata de un teatrillo en el que dos leñadores compiten por ver quién es el mejor en una típica competición entre ellos. Por el sitio en el que estamos sentados nos toca ir con el verde, aunque el azul tiene bastante más pinta de leñador. La verdad es que nos reímos bastante durante el show, que resultó bastante entretenido, y aunque al final ganó el leñador azul, el final estuvo bastante disputado.



Una vez terminado el show, volvimos a la zona de los osos, que en habían decidido echarse una siesta, y la verdad es que era bastante gracioso como uno de ellos movía las patas medio dormido, como buscando postura. 


Dando una vuelta llegamos a la zona de las sillas panorámicas que suben hasta el ojo del viento, y preguntamos si el viaje estaba incluido en el ticket de nuestra entrada, y la chica nos contesta que sí después de comprobar nuestras entradas. Nos sorprende porque teníamos idea que teníamos la opción más básica, pero parece que no y aprovechamos el viaje para subir a la cima de Grouse Mountain. Al llegar y bajarnos de las sillas, nos damos cuenta que hay un tío haciendo flexiones en un banco que parece uno de los leñadores que dejamos abajo haciéndose fotos con los turistas. Desde luego huele como un leñador… el tío se ha hecho las fotos, se ha cambiado, ha subido corriendo por la montaña después de haber realizado el show (donde hacen ejercicio, no es solo teatro), y ha sido capaz de llegar antes que nosotros con el telesilla. ¡No me extraña que ganase la competición!. Después de hacernos unas fotos en la cima, nos acercamos al ojo del viento que es un gran aerogenerador situado en la cima, y al que se puede subir mediante un ascensor. Ya que estamos preguntamos a las chicas que están cobrando la entrada, si nuestro ticket nos permite acceder, porque lo hemos contratado con un agente de viaje y no tenemos muy claro de qué tipo es. La chica trata de comprobarlo en una máquina que tiene, pero al final nos dice que no lo tiene muy claro, que hay varios tipos de ticket, y que da igual que subamos. Vaya, parece que es nuestro día de suerte, porque costaba 20 pavos subir y me extraña que nuestro pase nos lo permitiese, pero no nos vamos a quejar. Subimos hasta arriba, y nos damos cuenta que la parte más alta del aerogenerador se mueve bastante con el viento. Andamos medio “borrachos” y eso que no hace demasiado viento, no quiero ni pensar lo que será cuando sople fuerte de verdad. Arriba la vista es magnífica, y además hay un montón de datos interesantes sobre el aerogenerador. Estamos un buen rato arriba, porque Bea está encantada con la experiencia (y nosotros que no íbamos a subir si había que pagar…). 



A la bajada volvemos a las sillas panorámicas y las usamos para volver a bajar a la zona inferior del parque.
Nos ha cuadrado un poco mal el horario, y cuando llegamos abajo ya ha acabado el espectáculo de pájaros, pero como ya hemos visto alguno en otros parques tampoco nos preocupamos demasiado, y buscamos algo para comer. En un chiringuito cerca venden una especie de tortas que saben un poco a churro, con dulce por encima. Están muy buenas, aunque es cierto que al final resultan un poquito empalagosas.

Después de comer, nos dirigimos de nuevo al teleférico para bajar de nuevo a la base de la montaña, y encontramos a un montón de gente en pantalones cortos y camisetas de tirantes, tanto chicos como chicas. A todo esto ya ha salido el sol, pero aún así en la montaña hay restos de nieve, calor no hace… ¿esto es lo que se ponen los canadienses para subir a la montaña?. Cuando llegamos a la estación del teleférico, nos damos cuenta que el próximo fin de semana hay una carrera que consiste en subir corriendo hasta Grouse Mountain, así que deducimos que los Canadienses no están locos del todo, y que lo que pasa es que están entrenando para la carrera.

Una vez debajo de la montaña volvemos a coger la lanzadera para ir al puente colgante de Capilano. Esto es un pequeño parque que han realizado alrededor de un puente colgante bastante largo que cruza el rio Capilano, y el bosque en el que se encuentra. La verdad es que el bosque es bonito, y el parque está hecho con mucho cuidado, pero la sensación de estar moviéndote por caminos artificiales no acaba de convencernos del todo. Puede estar muy bien para ir con niños, pero para nosotros se nos queda un poco corto. Aún así hacemos todo el recorrido, marcando nuestros pasaportes en cada parada como es debido, de forma que al final de recorrido conseguimos nuestros diplomas de “lo hice”.








Salimos del parque y cogemos el autobús municipal porque la lanzadera solo funciona hasta las 4:30, pero gracias a las indicaciones que nos dieron llegamos sin perdernos, y nos dejaron casi a la entrada de una empresa de alquiler de bicicletas. Este es nuestro siguiente paso, alquilar un par de bicicletas (nos tentó el tándem, pero decidimos no hacer experimentos porque teníamos que cruzar algo de tráfico), y dar una vuelta alrededor del parque Stanley.

La verdad es que el día era precioso, brillaba el sol, hacía buena temperatura y el recorrido alrededor del parque siguiendo la línea de la costa es precioso. Lo disfrutamos un montón y nos dieron ganas de tener algo así a mano en casa. 







Tanto nos entretuvimos haciendo fotos y disfrutando del paisaje, que la última parte del recorrido hubimos de hacerla un poco rápido, porque queríamos devolver las bicis y dirigirnos a English Bay para ver la puesta de sol. Al final llegamos bien, aunque sin sobrarnos demasiado tiempo, y vimos un bonito atardecer sentados en unas rocas a la orilla del océano Pacífico. 




Después de ese ratito de tranquilidad, decidimos ir a buscar algo para cenar, y de camino vimos unos bancos muy curiosos, porque por un lado estaba el banco normal y al lado tenían un espacio para la sillita del bebé en unos casos y para la silla de ruedas en otros. ¡Estos canadienses piensan en todo!. 

Luego a Bea le llamó la atención un puesto de perritos que había cerca de la playa (por llamarla de alguna manera, que era una playa un poco esmirriada), y menudo ojo que tuvo ¡los perritos estaban buenísimos! Relación calidad-precio probablemente fue una de las mejores comidas del viaje. 


Estuvimos tentados de ir a comprar otro perrito, pero decidimos no ceder a la gula, y en su lugar nos dirigimos a un Starbucks para comprar un frapuccino para Bea y un smoothie para mí. Aprovechamos para gorronear un poco de wifi, y nos dirigimos de vuelta para el hotel a eso de las 10:30 de la noche. Ahora estamos acabando de escribir nuestro relato, y tenemos que dejar preparadas las maletas porque mañana partimos camino de la isla de Vancouver, donde nos esperan otros acontecimientos que os iremos contando los próximos días. Un abrazo a todos y hasta mañana.

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