Hoy amanecemos en Vancouver, y hay muchas cosas que hacer,
aunque no hemos madrugado demasiado, porque ayer llegamos tarde al hotel y
además había que escribir el resumen de la jornada, así que nos acostamos
después de las 12. Aún así hemos espabilado un poquito, y a eso de las 9 de la
mañana estábamos saliendo del hotel camino de Canada Place. Allí planeamos
coger un autobús gratuito que nos llevará a Grouse Mountain. Pero antes hay que
llegar hasta allí, y de camino pasamos por algunos lugares que vimos ayer de
noche. Así que vemos de día el puerto y las casitas flotantes.
También vimos
una curiosa casa que vista desde la izquierda parecía estar inclinada hacia la
derecha, vista desde el centro parecía recta, y vista desde la derecha parecía
inclinada hacia la izquierda.
Además los hidroaviones están amerizando y
despegando, y nos quedamos un rato allí para verlos. A todo esto hoy tocaba día
de lluvia, y para no faltar a la costumbre, todo este paseo lo hemos hecho
lloviendo.
Después de un amerizaje y dos despegues, vamos a desayunar a
un Tim Horton’s, porque tengo ganas de volver a comer los donuts con jarabe de
arce. Esta vez me pido dos, que la última vez uno me supo a poco. En realidad
sólo les queda un donut, pero a cambio obtengo un Canadian maple, que es
básicamente lo mismo, pero sin agujero y con crema dentro… si lo llego a saber
antes pido dos de esos, je, je. Además aprovechamos el desayuno para gorronear
un poco de wifi con nuestros móviles, y ponernos al día de los whatsapps
familiares.
Al salir de allí nos dirigimos al lugar para coger la
lanzadera, pero después de informarnos nos enteramos que hay que esperar hasta
las 11, una media hora. Así que nos dirigimos a lo que llaman el Canadian
Trail, que a mí me parece un vestigio de las Olimpiadas de 2010. Se trata de un
paseo con varios paneles informativos comentando lo que mola Canadá y ser
canadiense. De paso vemos los dos grandes cruceros que han atracado allí mismo,
y a un marinero de escaqueo escondido entre los botes salvavidas.
A las 11 cogemos el autobús, y en poco menos de 30 minutos
nos plantamos en la base de la montaña, donde después de un poco de suspense
conseguimos los tickets para subir a la montaña. 7 minutos de teleférico y
llegamos a la montaña un poco despistados, porque los mapas del lugar no son
demasiado claros. Aún así echamos a andar y llegamos a la zona de los osos
grizzlis. Son un par de osos en peligro, que tienen una zona acotada para
vivir. No es tan emocionante como ver el oso libre y salvaje que nos cruzamos
cuando veníamos a Vancouver, pero siguen siendo preciosos. A todo esto, cuando
hemos llegado a la montaña había bastante niebla, pero poco a poco ha ido
despejando, y ahora tenemos un poco de sol.
Dejamos un rato a los osos para ir a ver el show de los
leñadores. Se trata de un teatrillo en el que dos leñadores compiten por ver
quién es el mejor en una típica competición entre ellos. Por el sitio en el que
estamos sentados nos toca ir con el verde, aunque el azul tiene bastante más
pinta de leñador. La verdad es que nos reímos bastante durante el show, que
resultó bastante entretenido, y aunque al final ganó el leñador azul, el final
estuvo bastante disputado.
Una vez terminado el show, volvimos a la zona de los osos,
que en habían decidido echarse una siesta, y la verdad es que era bastante
gracioso como uno de ellos movía las patas medio dormido, como buscando
postura.
Dando una vuelta llegamos a la zona de las sillas panorámicas que
suben hasta el ojo del viento, y preguntamos si el viaje estaba incluido en el
ticket de nuestra entrada, y la chica nos contesta que sí después de comprobar
nuestras entradas. Nos sorprende porque teníamos idea que teníamos la opción
más básica, pero parece que no y aprovechamos el viaje para subir a la cima de
Grouse Mountain. Al llegar y bajarnos de las sillas, nos damos cuenta que hay
un tío haciendo flexiones en un banco que parece uno de los leñadores que
dejamos abajo haciéndose fotos con los turistas. Desde luego huele como un
leñador… el tío se ha hecho las fotos, se ha cambiado, ha subido corriendo por
la montaña después de haber realizado el show (donde hacen ejercicio, no es
solo teatro), y ha sido capaz de llegar antes que nosotros con el telesilla.
¡No me extraña que ganase la competición!. Después de hacernos unas fotos en la
cima, nos acercamos al ojo del viento que es un gran aerogenerador situado en
la cima, y al que se puede subir mediante un ascensor. Ya que estamos
preguntamos a las chicas que están cobrando la entrada, si nuestro ticket nos
permite acceder, porque lo hemos contratado con un agente de viaje y no tenemos
muy claro de qué tipo es. La chica trata de comprobarlo en una máquina que
tiene, pero al final nos dice que no lo tiene muy claro, que hay varios tipos
de ticket, y que da igual que subamos. Vaya, parece que es nuestro día de
suerte, porque costaba 20 pavos subir y me extraña que nuestro pase nos lo
permitiese, pero no nos vamos a quejar. Subimos hasta arriba, y nos damos
cuenta que la parte más alta del aerogenerador se mueve bastante con el viento.
Andamos medio “borrachos” y eso que no hace demasiado viento, no quiero ni
pensar lo que será cuando sople fuerte de verdad. Arriba la vista es magnífica,
y además hay un montón de datos interesantes sobre el aerogenerador. Estamos un
buen rato arriba, porque Bea está encantada con la experiencia (y nosotros que
no íbamos a subir si había que pagar…).
A la bajada volvemos a las sillas
panorámicas y las usamos para volver a bajar a la zona inferior del parque.
Nos ha cuadrado un poco mal el horario, y cuando llegamos
abajo ya ha acabado el espectáculo de pájaros, pero como ya hemos visto alguno
en otros parques tampoco nos preocupamos demasiado, y buscamos algo para comer.
En un chiringuito cerca venden una especie de tortas que saben un poco a
churro, con dulce por encima. Están muy buenas, aunque es cierto que al final
resultan un poquito empalagosas.
Después de comer, nos dirigimos de nuevo al teleférico para
bajar de nuevo a la base de la montaña, y encontramos a un montón de gente en
pantalones cortos y camisetas de tirantes, tanto chicos como chicas. A todo
esto ya ha salido el sol, pero aún así en la montaña hay restos de nieve, calor
no hace… ¿esto es lo que se ponen los canadienses para subir a la montaña?.
Cuando llegamos a la estación del teleférico, nos damos cuenta que el próximo
fin de semana hay una carrera que consiste en subir corriendo hasta Grouse
Mountain, así que deducimos que los Canadienses no están locos del todo, y que
lo que pasa es que están entrenando para la carrera.
Una vez debajo de la montaña volvemos a coger la lanzadera
para ir al puente colgante de Capilano. Esto es un pequeño parque que han
realizado alrededor de un puente colgante bastante largo que cruza el rio Capilano,
y el bosque en el que se encuentra. La verdad es que el bosque es bonito, y el
parque está hecho con mucho cuidado, pero la sensación de estar moviéndote por
caminos artificiales no acaba de convencernos del todo. Puede estar muy bien
para ir con niños, pero para nosotros se nos queda un poco corto. Aún así
hacemos todo el recorrido, marcando nuestros pasaportes en cada parada como es
debido, de forma que al final de recorrido conseguimos nuestros diplomas de “lo
hice”.
Salimos del parque y cogemos el autobús municipal porque la
lanzadera solo funciona hasta las 4:30, pero gracias a las indicaciones que nos
dieron llegamos sin perdernos, y nos dejaron casi a la entrada de una empresa
de alquiler de bicicletas. Este es nuestro siguiente paso, alquilar un par de
bicicletas (nos tentó el tándem, pero decidimos no hacer experimentos porque
teníamos que cruzar algo de tráfico), y dar una vuelta alrededor del parque
Stanley.
La verdad es que el día era precioso, brillaba el sol, hacía
buena temperatura y el recorrido alrededor del parque siguiendo la línea de la
costa es precioso. Lo disfrutamos un montón y nos dieron ganas de tener algo
así a mano en casa.
Tanto nos entretuvimos haciendo fotos y disfrutando del
paisaje, que la última parte del recorrido hubimos de hacerla un poco rápido,
porque queríamos devolver las bicis y dirigirnos a English Bay para ver la
puesta de sol. Al final llegamos bien, aunque sin sobrarnos demasiado tiempo, y
vimos un bonito atardecer sentados en unas rocas a la orilla del océano
Pacífico.
Después de ese ratito de tranquilidad, decidimos ir a buscar algo
para cenar, y de camino vimos unos bancos muy curiosos, porque por un lado
estaba el banco normal y al lado tenían un espacio para la sillita del bebé en
unos casos y para la silla de ruedas en otros. ¡Estos canadienses piensan en
todo!.
Luego a Bea le llamó la atención un puesto de perritos que había cerca
de la playa (por llamarla de alguna manera, que era una playa un poco
esmirriada), y menudo ojo que tuvo ¡los perritos estaban buenísimos! Relación
calidad-precio probablemente fue una de las mejores comidas del viaje.
Estuvimos tentados de ir a comprar otro perrito, pero decidimos no ceder a la
gula, y en su lugar nos dirigimos a un Starbucks para comprar un frapuccino
para Bea y un smoothie para mí. Aprovechamos para gorronear un poco de wifi, y
nos dirigimos de vuelta para el hotel a eso de las 10:30 de la noche. Ahora
estamos acabando de escribir nuestro relato, y tenemos que dejar preparadas las
maletas porque mañana partimos camino de la isla de Vancouver, donde nos
esperan otros acontecimientos que os iremos contando los próximos días. Un
abrazo a todos y hasta mañana.
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